Discurso de Antonio Celia en el lanzamiento del INC 2017-2018

El paraíso terrenal no existe, pero a la hora de la verdad los que vivimos hoy en este planeta somos afortunados. Nos ha tocado la mejor época de la historia de la humanidad. El mundo evoluciona y las mejoras paulatinas en la calidad de vida, a veces imperceptibles, se vuelven cambios muy significativos en sólo una generación. La ciencia, la tecnología y la información avanzan dejando atrás la superstición, la brujería y el oscurantismo.  La violencia es menor y la vida es más larga. Noruega, ha alcanzado niveles de bienestar nunca vistos.

En este contexto Colombia también avanza aunque a muchos les cuesta superar la fracasomanía, esa vieja costumbre de pensar que nada funciona, término, -por cierto- acuñado por Albert Hirschman precisamente por su experiencia en nuestro país.

Somos humanos, imperfectos, emotivos y sensibles.  Gabo decía que: “Nuestra insignia es la desmesura, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota y tenemos en el corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico.” El nuevo premio Nobel de Economía Richard Thaler es galardonado por sus estudios para demostrar que nuestras decisiones no son tan racionales como pretendemos ni como los economistas creían.

Hace ya tiempo que los colombianos estamos llenos de rabia, de desconfianza y de sin razones. Y quizá por eso no apreciamos los logros de los últimos años, a partir de los cuales debemos seguir avanzando.

Veamos: En este largo y esquivo camino del desarrollo, hemos mejorado en educación como lo atestiguan las pruebas Pisa y las pruebas Saber, la tasa de homicidios –aunque muy alta aún-  es la más baja de los últimos 40 años, la pobreza ha cedido saliendo de ella 5 millones de personas y las FARC, nuestro gran enemigo, ya no es un grupo de terror. El desempleo es el más bajo en 20 años. En los últimos 10 años el país ha subido 20 posiciones en el Doing Business del Banco Mundial, la inversión extranjera casi se duplicó en la última década y estamos a punto de ser aceptados en un club de gente seria como la OECD. Hemos superado con notas aceptables la crisis del petróleo a pesar de no contar con Venezuela, otrora nuestro gran socio comercial, por su patético fracaso con el socialismo del siglo XXI.

Todo esto, además, en un ambiente de agresiva confrontación política, que crispa nuestros ánimos y nos pone a pelear entre amigos y hasta en la familia…

Claro que no somos Noruega, y hay que ser ambiciosos, pero el tenaz pesimismo reinante no se compadece con nuestros avances. Ciertamente tenemos problemas, casi todos ya identificados y la mayoría bien diagnosticados. ¡Lo que hay que hacer es actuar pronto!

Empecemos:

La Competitividad

En la última medición de competitividad del Foro Económico no nos fue bien. Aunque no es una tragedia, ni mucho menos, los resultados si son decepcionantes: retrocedimos del puesto 61/138 en el 2016 al lugar 66/137. Algunos anotan que fue que otros países avanzaron más que nosotros, pero estas justificaciones conformistas no ayudan a resolver nuestras dificultades.

Un resumen sucinto de los resultados señala que tuvimos mejoras en salud, educación primaria y educación superior. Algo subimos en innovación, lo que es destacable porque hacía muchos años que no avanzábamos en este capítulo. Cabe recordar que este ranquin es un 70 % de percepción y los empresarios que respondieron la encuesta le dieron muy mala nota al país en corrupción y en impuestos, y sienten cierta hostilidad en el frente laboral por su inflexibilidad y algunas medidas recientes.

El ambiente macroeconómico descendió un poco, por el déficit del gobierno. Se nota una pérdida de confianza del empresario en el Estado y sus instituciones lo que coincide con varios sondeos en el mundo democrático que señalan también decepción y desencanto. ¿Hay que reinventar el Estado? Habrá que ver… En el caso de Colombia esta última medida va muy mal ya que solo superamos en el escalafón de instituciones a 20 países del mundo y nos parecemos más a Camerún, al Congo y a Mongolia.

De otra parte, en lo que se refiere a la eficiencia de mercados esta va en retroceso: Somos 126 en importaciones sobre PIB y aunque las exportaciones han crecido un poco, también estamos en los últimos puestos. Hay que reconocerlo de una vez: Nuestro comercio internacional es lánguido, somos más cerrados de lo que pregonamos.  Estando en la esquina de dos océanos, ¡esto es imperdonable!

La competitividad y sus elementos son determinantes para el crecimiento económico, y en particular importa la productividad. Pero el Estado, como veremos, conspira contra esta. Al Estado disfuncional que tenemos hay que hacerlo eficaz para que genere confianza y que los mercados, en consecuencia, sean más eficientes. Esto requiere el concurso de empresarios con amplia noción de país y sobre todo comprometer a los gobiernos con objetivos y resultados concretos y medibles.

Llegó la Hora

Nada más potente que una idea a la que le llega su momento. Creo que en Colombia nos ha llegado la hora en varias materias: empezando por entender que se ha impuesto en nuestro mundo la economía de mercado. Pero tenemos que cerrar las inevitables desigualdades que produce. Estas se cierran con impuestos y con gasto social. En lo primero, seguimos fracasando porque los grupos de interés, la demagogia y el lobby codicioso no permiten que se haga la reforma que necesitamos y nos conformamos siempre haciendo la reforma que se puede, o la que la mala política permite. En el gasto social lo hacemos un poco mejor pero pensiones estrambóticas y subsidios injustificados tampoco ayudan a cerrar las brechas. En este caso son el clientelismo y los intereses mezquinos de unos pocos los que atentan contra un gasto social efectivo y progresista.

Lo que si no da espera, es la reforma pensional que hemos aplazado por décadas, y que más que una reforma debe ser un verdadero sistema de protección a la vejez, sostenible y equitativo.

Ahora bien, por no ser capaces de cerrar las desigualdades como Dios manda Colombia y Latinoamérica, dieron urgente prioridad a planes para aliviar a los menos favorecidos; sin duda un imperativo social y ético. Programas de ayudas condicionadas, como familias en acción, han sido muy exitosos pero deben ser temporales.

Yo creo que quizá por esta prioridad y por habernos montado en la cresta de la ola de la bonanza de productos básicos, se abandonó el factor determinante para el progreso que es la productividad.  Tanto que ésta, en Colombia no ha crecido en los últimos 30 años como lo comprueban diferentes estudios de expertos como Marcela Eslava y Hernando Zuleta. En conocedores como ellos nos apoyamos siempre para respaldar nuestras propuestas.  ¡Y es ahora o nunca! Como no se asoman indicios de bonanzas la productividad es mandatoria, por eso llegó la hora de hacer la tarea.

Veamos cómo es el asunto de la productividad en Colombia:

Tenemos unas 50 empresas entre medianas y grandes cuya productividad crece en promedio un 2 % al año. Son de diferentes sectores, pero todas, sin excepción, están expuestas a la competencia porque fueron parte de la apertura de los 90 que quedó inconclusa. Estas empresas compiten en todo el mundo, son modernas, y la mayoría de ellas no recibe mayor ayuda del Estado. Por el contrario, este les carga la mano en los impuestos siempre (pocas pagan demasiado) y en los trámites que casi siempre se inspiran en la desconfianza.  Los datos de su eficiencia coinciden con los hallazgos de la Doctora Eslava; la correlación entre competencia y productividad es alta.

El sector servicios es muy poco productivo, dentro de este las actividades más ineficientes son: Transporte, comercio minorista y construcción. Mejorar sus indicadores es mandatorio.

También hay un grupo numeroso de empresas pequeñas de bienes transables, poco eficientes, muchas de las cuales sobreviven o porque están protegidas con altos aranceles y/o, porque son informales y se excusan en que los requisitos y trámites que el estado les pide son imposibles. Y en esto último no les falta razón si se considera que desde el 2000 a hoy se han expedido 97.000 resoluciones, y hay 67 entes que nos regulan; inequívoco síntoma del Estado tan complejo e insidioso que hemos creado. Una de las campeonas es la CREG que ha sacado en los últimos 10 años 2000 resoluciones y así no hay diálogo posible.  Por eso estamos haciendo mala y tardía regulación, siempre bajo la antipática mirada de la sospecha.

Debemos enfrentar estas ineficiencias con determinación. De un lado, llegó la hora de potenciar nuestra apertura.  Sobre nuestro encierro anota Mauricio Garcia Villegas “Siendo un país con visiones parroquiales incrustadas en los Andes y con problemas globales podríamos tener un mejor futuro, si fuéramos un poco más cosmopolitas”. Al próximo gobierno le tocará hacer una buena reforma arancelaria para que el comercio internacional sea un factor de crecimiento. Claro que habrá que compensar adecuadamente a los afectados, que ha sido una falla de la globalización, dando pie a que muchos populistas la quieran contrariar.

De otra parte, la informalidad que sí parece una escogencia racional es un problema serio que no hemos enfrentado con decisión, ni con las herramientas adecuadas. Llegó la hora de proponernos metas logrables, ambiciosas y comprometernos con resultados, reduciendo los muchos factores de Estado que empujan a la informalidad a muchas empresas; ¡más del 50 % de nuestro empleo es informal! Para esto habrá que seguir reduciendo trámites costosos e inútiles requisitos y sobre todo establecer un vínculo permanente y desprevenido con los empresarios.  Se estima que las firmas informales son 2.5 veces menos productivas que las formales, la evasión por IVA está entre 10 y 31 billones anuales y el sistema pensional deja de recibir 24 billones.

No hay duda de que productividad e innovación van de la mano, pero no tanto como la angustiosa sentencia de ¡innovar o morir! El asunto tiene más que ver con algo simple y de impacto que es adoptar tecnología moderna. La mejora en productividad sería enorme considerando que el 89 % de nuestras empresas no usan tecnologías nuevas, según McKinsey.

El acompañamiento tecnológico es crucial; lo estamos haciendo en el CPC en un programa con Georgia Tech y Confecámaras que el Gobierno debería replicar y extender.

Qué hacemos…

Ya no deben mantenerse protecciones y beneficios injustificados, que todos pagamos. También llegó la hora de que el Gobierno focalice sus esfuerzos ofreciendo, por ejemplo, créditos favorables para financiar la adopción de tecnología de punta midiendo, eso sí, la mejora en la productividad, con datos precisos y con metas a largo plazo.  La falta de crédito, la formación técnica y la investigación, son las fallas de mercado más frecuentes que una política productiva debe suplir. Para esto es indispensable que el Estado tenga la capacidad real de ejecutar eficazmente estos planes. Y para ser consecuentes podríamos integrar una junta permanente con el Gobierno, con tareas precisas.  Un grupo de no más de 10 personas -el tamaño importa-  para hacer seguimiento trimestral a estos indicadores. No es fácil, habida cuenta de lo azaroso que resulta gobernar en estos tiempos, en que los servidores públicos deben tener el don -entre otros- de la ubicuidad; recorren el país resolviendo problemas en las regiones que se dejan acumular por años, consecuencia de la compleja interacción entre éstas y el Estado central. Construir capacidades locales es una tarea urgente para que el sistema político funcione bien, repartir mejor los reclamos y dedicarle más tiempo a mejorar nuestra eficiencia.

Una reciente investigación de Dejusticia encontró que más de la mitad del territorio nacional, tiene un Estado con capacidad nula o muy baja, no tienen el monopolio de la fuerza, ni el poder para cobrar impuestos.

No es de ahora que el Estado parece perturbar a los empresarios pero es débil y poco efectivo en gran parte de la nación. Este es nuestro gran desafío.  Hay que mejorar la calidad y oportunidad de la regulación y el orden; casos como el de Tumaco y el de Electricaribe no pueden repetirse.

Para esto los diálogos entre empresarios y políticos, insisto, deben ser creíbles, eficaces y permanentes.

La corrupción

La corrupción en todo el mundo está a la orden del día y es un serio problema que atasca nuestro desarrollo, pero creo que estamos equivocando esta lucha que es reactiva, casi histérica, mediática e ineficaz. Sacar más leyes siguiendo un viejo fetiche y aumentar penas con rabia no es el camino. De hecho, tenemos un casi draconiano estatuto que de poco ha servido; es el inútil ritual de la prohibición después de fiestas.  La cultura y las tradiciones muchas veces pesan más que los códigos.

Llegó la hora de entender que la corrupción se enfrenta con otro tipo de medidas, sin abrumarnos con decretos y prohibiciones. Nuestro reto es construir un nuevo sentido moral, una ética cívica que reemplace a la religiosa desplazada quizá por la globalización y la secularización, como sostiene el padre de Roux.

Sería bueno en esta lucha echar mano de tendencias modernas como la economía del comportamiento que ha merecido en los últimos 10 años dos Premios Nobel. Esta apela a la psicología y a otras ciencias, para persuadir y modificar conductas con muy buenos resultados.  Está probado que las personas cumplen normas, cuando ven que las demás lo hacen. Son cambios culturales que toman tiempo pero es el único camino, no hay atajos a los que somos tan proclives.

¡La Educación es casi todo!

Es preciso reconocer que este gobierno puso a la educación por primera vez en el primer lugar de la agenda, su presupuesto es el más grande de todos y programas como PTA y Ser Pilo Paga han sido exitosos, pero a pesar de mejoras en las pruebas Pisa y las pruebas Saber,  hay que profundizar la capacitación de docentes y la medición efectiva de su desempeño a la que siempre se oponen, con furia y con paros asustadores.  Llegó la hora de pagarles muy bien, pero pedirles resultados a cambio. También llegó la hora de revisar si un buen un currículo único es necesario, quienes lo tienen logran buenos resultados. Llegó la hora de acelerar la educación en la primera infancia en la que se ha hecho una buena tarea con pocos recursos y mucha dedicación. En la reforma al sistema de participaciones es urgente asignarle los recursos que necesita para que tenga una fuente recurrente. La primera infancia tiene los mejores réditos sociales y debe tener cobertura universal.

Algunas cifras que señalan las mortificantes desigualdades que debemos resolver: Un niño de primer año de primaria de una escuela pública/rural conoce 350 palabras, uno del mismo curso de escuela privada/urbana conoce 3.500. Un niño alemán de 12 años sabe lo mismo que un niño colombiano de 15 años; éstas son cifras que dio mí amigo Bernardo Toro en un foro reciente de EXE.

Es hora de darle continuidad a la jornada única, que también debe ser una prioridad del próximo Gobierno, siguiendo los avances del actual. Se estima que se requieren a 25.000 nuevas aulas en todo el país, con una inversión cercana a 3 billones de pesos.

¡Es La Política!

La política importa muchísimo y su relación con la economía es tan estrecha, como difícil y fascinante. Muchas de la decisiones y reformas que se requieren para tener un mejor país muchas veces no se toman porque la política, al igual que la justicia, se ha degradado a niveles inaceptables y el populismo, por ejemplo, es un enemigo terrible que se aprovecha de los prejuicios y los miedos de la gente.  ¡La gente está cansada de la mala política y de la justicia torcida!

Un cambio que debería imponerse enseguida es el de la asignación de los cupos indicativos. Los entes regionales de planificación deberían ser una instancia técnica en la que se decidan estas inversiones. Hay que quitarle este espacio al corrosivo clientelismo que destruye la esencia de la descentralización.

En cuanto a la justicia no creo que sean posibles reformas maximalistas, absolutas e inmediatas. Yo por ahora solo me atrevo, con cierto pudor, a preguntar si para comenzar ¿será posible hacer exámenes especiales y rigurosos para quienes quieran ser jueces?

Consejo Empresarial para una Paz Sostenible

Para hacer seguimiento a los acuerdos de la Habana el CPC lideró la creación del Consejo Empresarial por una Paz Sostenible, al que dedicamos este año grandes esfuerzos. Debo reconocer muy especialmente la generosidad y disposición del señor presidente para que este consejo tenga todo el apoyo para ayudar en esta implementación. Pero como no todos los funcionarios ven bien nuestra participación nos toca convencerlos de que aportamos una necesaria noción de eficiencia y propendemos por la consolidación del Estado democrático en todo el territorio y las condiciones para que prospere la inversión privada.

Nos toca mantener una insoslayable sensatez porque está en juego nuestra credibilidad y un serio compromiso con usted, señor presidente, por su gesto de grandeza, tan escaso en nuestros líderes políticos.

No todos los miembros de este Consejo votaron sí a los acuerdos. Pero todos coincidimos en que hay que estar atentos a que en la Ley de tierras, no queden resquicios que pongan en duda la propiedad privada bien habida. No creo que la JEP, amigos empresarios, sea el monstruo que algunos dicen. Confío en que solo aplicará a quienes determinantemente patrocinaron crímenes atroces, o a los particulares que por conveniencia acudan a ella.

En cuanto a la protesta social si hay que tener particular cuidado con sus reglamentaciones. Si bien es cierto que éstas, justificadas y pacíficas, hacen parte de los mecanismos de una democracia, no pueden ser la forma permanente de relacionarse en una sociedad y debe, cuando se realicen, imperar el bien común.

Demasiado nos han costado, a todos, los paros y bastante tenemos con los excesos de las consultas previas y peor aún con las consultas populares, que deben controlarse si no queremos que retrasen por siempre la construcción de nuestra infraestructura. La libertad necesita orden y cumplimiento y el Estado debe ser el garante; como formulador de políticas públicas y ejecutor eficaz y oportuno de las mismas.

Hay que rescatar la confianza con hechos y es el Estado quien debe dar el primer paso.

Para terminar…

Llegó la hora del Estado Efectivo que cumple y se acerca al ciudadano, que a su vez debe entender sus derechos y sus deberes. Una buena prueba será el acuerdo de la Habana que está firmado y hay que cumplirlo, lo que será un buen ejercicio para el orden, que la libertad y la democracia necesitan.

Llegó la hora del optimismo realista, ya no hay FARC, no hay excusas, no hay bonanza petrolera, y nos toca ser productivos con metas concretas. La tolerancia con la corrupción y la mala política se está agotando. Es la hora de la educación, y de cerrar las brechas como debe ser. Y de los empresarios de buena índole, de poner nuestra cuota de eficiencia, respeto y noción de país. Llegó la hora del futuro y de no quedarnos atascados rumiando lo que pudo ser. De ser más cosmopolitas y no defender feudos empresariales, de cumplir la ley, de no odiar al que no piensa como uno, de cambiar el insulto por la reflexión. De establecer una ética de mínimos en política y de seguir progresando en un país en el cabemos todos.  Llegó la hora de seguir construyendo con paciencia, dedicación y alegría una nación más libre, más prospera y más justa. Llegó la hora… Hemos progresado mucho y aspiramos con razón a más, llegó la hora de hacer pactos serios para que todo esto sea posible, por la productividad, por un Estado efectivo, por mejorar la política, por la educación y la inclusión, y por la concordia.

Llegó la hora de actuar y de hacer lo que todos sabemos que hay que hacer.

¡Muchas Gracias!