Este es, sin duda, un momento crítico para Colombia. En menos de un mes deben estar listos los decretos de ley que se expedirán utilizando las facultades especiales otorgadas al presidente, y en lo que resta del año, en línea con lo acordado en La Habana, deberá tramitarse un importante paquete de leyes y reformas a la Constitución. Sobra decir que la calidad que resulte de este trabajo legislativo, en el que se sientan las bases para lo que viene, dependerá el futuro del país y, en particular, el éxito o fracaso del posconflicto.
Pero, ahí no para la cosa. Aun con un trabajo legislativo adecuado, lograr una verdadera transformación social y económica de cara al posconflicto, basada en la creación de nuevas oportunidades en el campo y en las ciudades, requiere de una articulación clara entre los sectores público y empresarial alrededor de una estrategia de desarrollo productivo. Un buen comienzo es la política de desarrollo productivo (PDP), aprobada el año pasado por el Gobierno, que busca aumentar la productividad con base en los ramos agropecuarios e industriales más sofisticados.
Lograr esto no es tarea fácil. Colombia debe lidiar con un sinnúmero de cuellos de botella, entre los cuales está la falta de una coordinación institucional desde el Gobierno Nacional. En este contexto, bien haría el país en aprender de los casos exitosos que se han dado en otros lugares, de modo que se puedan replicar sus aprendizajes. Un ejemplo es Malasia, con su programa de transformación económica Pemandu, el cual le permitió crecer a tasas cercanas al 5 por ciento desde su lanzamiento en el 2010, a la vez que generó empleo y atrajo inversión privada para desarrollar 12 sectores líderes de la economía.
En su paso por Colombia en el 2015, Idris Jala, director de Pemandu, destacó tres características del éxito de esa política: tener un norte claro de desarrollo; aterrizar las estrategias de desarrollo para hacerlas viables en el terreno, y establecer prioridades en materia de desarrollo productivo, que cuenten con los recursos suficientes para materializarse.
Los aprendizajes de Malasia son muy pertinentes para garantizar el éxito en el posconflcito. El Ministerio de Comercio y el DNP definieron el norte de la PDP y priorizaron los sectores productivos departamentales que impulsarán la economía en los próximos años, algunos de los cuales serán fundamentales para desarrollar las regiones que han estado aisladas del progreso. Pero no basta con definir las apuestas productivas, hay que establecer planes de acción específicos que permitan dinamizarlas y sofisticarlas, atándolas a procesos industriales. Por ejemplo, el Ministerio ha priorizado en algunos departamentos el cultivo de cacao. Si este se vincula a procesos agroindustriales que permitan producir subproductos de chocolate o artículos de confitería, su valor agregado se multiplica por 12, pasando de cerca de 200 mil millones a 2,5 billones al año, según cálculos del Consejo Privado de Competitividad. Algo similar sucede con el fruto de la palma africana.
Estas transformaciones, claves para el país, requieren de visión empresarial y de cuantiosos recursos de inversión. Pero, la participación del sector productivo solo será posible si se garantizan unos mínimos que hagan viable su establecimiento en cualquier territorio del país. Esto es, acceso a bienes públicos, como vías para llevar insumos y extraer producción, personal capacitado en actividades afines a su actividad productiva, y reglas de juego claras y estables.
*Columna publicada en Portafolio