Las cifras recientes en materia económica parecen indicar que lo peor de la crisis ya pasó. La inflación volvió a su rango meta, la cuenta corriente se viene ajustando satisfactoriamente, en tanto que el empleo sigue creciendo, incluso en medio de la desaceleración de la economía. Sin embargo, pese a las buenas noticias, la incertidumbre se mantiene, así como el pesimismo frente a lo que le espera al país en los próximos años.
Por un lado, las oportunidades que podrían derivarse del posconflicto para la actividad productiva y el sector privado dependen críticamente de que el despliegue normativo del acuerdo se haga correctamente y que promueva –en vez de inhibir– el rol del emprendimiento en la generación de bienestar. Algo que aún no es claro.
De otra parte, a menos de un año de las elecciones presidenciales, los precandidatos no dan señales claras frente a cuáles serían las fuentes de crecimiento económico hacia delante.
Es cierto que los logros de los últimos años en reducción de pobreza, creación de empleo formal y crecimiento de la clase media, están relacionados con la bonanza de los productos minero-energéticos. No obstante, estos no hubieran podido materializarse sin el dinamismo de la inversión privada, aun en medio de coyunturas adversas y la capacidad de las empresas de generar bienestar. Son las compañías las que generan el empleo y el crecimiento, y las que mediante el pago de los impuestos hacen posible la redistribución del ingreso.
No hay duda de que, para afianzar los avances sociales y económicos mencionados, es necesario reafirmar y potenciar el rol de la empresa privada como principal motor de prosperidad. La dolorosa experiencia de Venezuela, en la que se dejó de lado al sector privado, debe servir de ejemplo de lo que no debe hacerse en Colombia.
En medio de la polarización habrá quienes utilicen los escándalos recientes de corrupción para estigmatizar de manera generalizada a todos los empresarios. Pero, no hay que equivocarse. Si bien hay empresarios corruptos, estos son la excepción.
Emprender, hacer empresa y participar de la economía de mercado es central para que Colombia sea un país más próspero, libre y democrático.
Quien resulte elegido en 2018 debe promover un entorno propicio para que las empresas pueden ocuparse de ser productivas, de generar empleo, de crecer, de competir en cualquier entorno, de ser sostenibles y de irrigar riqueza en toda la sociedad.
Una plataforma de esta naturaleza deberá concentrarse en garantizar las condiciones básicas para impulsar el surgimiento de negocios más productivos, competitivos e innovadores. Esto es instituciones sólidas, estabilidad jurídica, un entorno macro estable, educación, salud e infraestructura, entre otros bienes púbicos.
Por supuesto, la tarea no es solo del Estado. Los empresarios también deben transitar hacia un capitalismo más consciente, en el que se entienda que la creación de valor no depende solo de lo económico. Las compañías deben ser agentes de creación de bienestar, no solo de ingreso para sus accionistas.
Hoy más que nunca en nuestra historia reciente, los empresarios deben ser conscientes de la importancia de su rol en el desarrollo y generación de prosperidad. Deben unirse para plantear una posición conjunta de cara al país, dejando de lado intereses sectoriales y regionales, y lograr un consenso que permita construir bienestar a toda la sociedad.
*Columna publicada en Portafolio