Columna publicada en Portafolio.
En visita a Colombia, el presidente de la Confederación Suiza, Schneider Ammann, señaló la importancia de que el sector privado invierta en innovación. Según él, la innovación se da cuando un cliente paga por una idea, y son las empresas las que pueden entender y atender esta demanda. De hecho, es a través de este mecanismo que la innovación crea riqueza y empleo, y transforma los mercados con soluciones nuevas.
Pero, para que esto se dé, se requiere que los empresarios cuenten con un entorno afable a la inversión, con acceso a fuentes diversas de financiamiento privado y con un marco jurídico que proteja las invenciones, pero que a la vez promueva la competencia.
Es lo que sucede en Suiza, y es esta la razón por la cual este país ocupa el primer lugar en el Índice Global de Innovación de la Universidad de Cornell.
Entender la innovación de esta forma es novedoso para Colombia e implica pasar del modelo en el que la investigación en las universidades derivará eventualmente en nuevos productos, a uno basado en relaciones de confianza y trabajo conjunto entre las personas que crean ideas y las que las llevan al mercado. Un modelo parecido a una danza, como lo mostraron creativamente los organizadores de la conferencia Colombia + Innovadora que se realizó en la visita del presidente suizo, en el que los bailarines se mueven, cada uno con sus pasos, pero coordinados por el son de la música. Y, de manera crítica, en el que son las empresas las que guían el paso de las universidades.
Esta manera de obrar en Europa es el resultado de décadas de aprendizajes. En los años 60 y 70, la primera generación de políticas buscaba un ‘empuje desde la ciencia’, en el que la curiosidad científica movía la investigación básica. En los 80 y 90, Europa hizo la transición a una segunda generación de políticas, donde la demanda y la cooperación eran las que determinaban la investigación. Colombia tiene que dar este mismo paso si realmente quiere promover e incentivar una forma de trabajo en la que las compañías jalonen las agendas de investigación, y la realicen en conjunto con las universidades.
Hay ejemplos de que esto es factible. En Medellín, el empuje de RutaN ha estado centrado en la cooperación entre empresas –grandes y pequeñas, nacionales y extranjeras– e investigadores de la ciudad. En conjunto con este esfuerzo, Argos estrenó en 2015 un centro de investigación e innovación orientado a sus necesidades productivas dentro de la Universidad Eafit. En Barranquilla, Procaps lleva 10 años de colaboración con la U. del Norte, financiando proyectos de investigación y desarrollo para crear productos médicos como cápsulas de gel y químicos para el control de ácaros, que son exportados a mercados internacionales.
La metáfora de la danza resulta útil para explicar cómo mover el aparato productivo hacia este tipo de colaboración. Los músicos que acompañan con sus instrumentos el baile de la empresa y la universidad son entidades como Colciencias e iNNpulsa, que deben dar señales para priorizar las iniciativas empresariales en las agendas de investigación y crear esa colaboración. Esa es, precisamente, la reforma al sistema que plantea el Conpes de Ciencia, Tecnología e Innovación, que está pendiente de aprobación, y que debería ser la partitura para que el Gobierno habilite la danza de la innovación.