Columna publicada en Portafolio.
Pasa el tiempo y el país sigue sin converger alrededor de los acuerdos de paz en La Habana. Hay por lo menos cuatro carriles por los que transitan los grupos de interés, cada uno con su propia agenda, objetivos y preocupaciones y, lo más preocupante, con tiempos muy bastante disímiles. Pero, de cara a lo que sería el fin del conflicto y por el bien de los colombianos es necesario que todos los carriles se alineen.
El primer carril es el de La Habana, donde los negociadores del Gobierno y de la guerrilla discuten milimétricamente cada uno de los puntos de la agenda. Allá se balancea lo político y lo legal, lo estructural y lo sustantivo. Poco de lo que pasa en el país permea lo que se discute, pues de antemano establecieron los puntos sobre los que se negociaría. Aunque, con el tiempo están más presionados, tienen claro que no pueden improvisar, ya que no habrá una segunda oportunidad.
Otro carril es en el que se discute la forma de materializar los acuerdos y viabilizar lo pactado, es decir, lo práctico. Esta responsabilidad recae sobre la Consejería para el Posconflicto, Derechos Humanos y Seguridad, liderada por Rafael Pardo. Si bien en la Consejería ya hay un número importante de proyectos e iniciativas que deberán ejecutarse una vez se firme la paz, más otros que ya se iniciaron, el reto está en lograr articularse con el sinnúmero de entidades y programas gubernamentales que trabajan en temas similares a los suyos. Además, también deben preocuparse por los recursos del posconflicto, sobre los que no hay certeza.
Un tercer carril es por el que transitan los empresarios. Recientememente, Proantioquia y la Andi, junto con Eafit, presentaron un documento en el que plantean algunas inquietudes alrededor de temas relacionados con el proceso, como el Fondo de Tierras, el Sistema de Información Catastral y las Circunscripciones Transitorias Especiales, entre otras. Pese a la incertidumbre, los empresarios han afirmado categóricamente que este es un proceso lleno de oportunidades y siguen pidiendo pista para ayudar en donde sean requeridos. Muchas de sus decisiones de inversión dependen de las señales que perciban de La Habana.
Finalmente, está el carril por el que transita el ciudadano común y corriente. Ante las múltiples fuentes de información, muchas veces contradictorias, le es difícil asimilar todos los detalles de la negociación y no sabe qué hará al momento de refrendar los acuerdos a los que se llegue. Es a este público al que el Gobierno debe acercarse contundentemente, con una agenda pedagógica que le permita, en términos sencillos y prácticos, entender el proceso de paz, lo que implica para su futuro y cómo puede participar del mismo. Es comprensible que haya escepticismo y desconfianza en algunos grupos, pero lo que no se debe permitir es que exista desinformación, pues lo que viene requiere el compromiso de toda la ciudadanía.
El acuerdo de paz es una oportunidad única para dejar atrás un conflicto que lleva consumiendo a Colombia por más de medio siglo. El Gobierno debe velar porque el país entero esté sintonizado una vez se firme la paz y comience la etapa de implementación. En ese momento, los proyectos del posconflicto deben entrar en operación, el sector privado inyectar sus inversiones para dinamizar la economía y generar empleo, y la ciudadanía ayudar en la reintegración a la vida civil de los desmovilizados.
El fraccionamiento del debate alrededor de los acuerdos podría llevar al desastre. Es hora de sincronizar todos los carriles.